Digresión




Hay, antes de la calma, otra pausa.

De otro color, iridiscente, como los cromos de Maya.

Se podría decir incluso que luminiscente, como los tentáculos de las bestias abisales.

Habla con un acento como del sur pero muy acelerado.


En sílabas radio de rueda de bicicleta de velocista.

Tiene la textura del líquido y del gas y del granizo rabioso de los lugares donde hace un frío de piedras

como una sorpresa de golpecitos mortales, fatales

sobre las frentes y las margaritas.

O peor, sobre las amapolas. 

Pobres tristes amapolas. Tienen una pausa tan sensible… pero se reproducen rápido, tienen un consuelo. 


Hay, antes de la calma, otra pausa.

Que congela las extremidades y los torsos.

Congela todos los movimientos del cuerpo móvil que cuelga de las sienes.

Vive en las sienes. Centrifuga las sienes. 

Se instala en sus motores eternos como un péndulo mágico.

Tac. Tac. Tac.

Pero mucho más rápido.

Como los motores de los aviones

No he visto nunca los motores de los cohetes. No puedo comparar.


Ahí es un dolor. Antes de la calma, la otra pausa. 

Ahí.

Detrás de los párpados.

Los párpados son en realidad mucho más grandes que los ojos. Abren y cierran cabezas enteras. 

Pero no los vemos. Claro. Solo vemos la sección suave que tapa los ojos por reflejo o por dormirnos. 

Dormimos en un espejo seriado. Temiendo que se rompa y nos corte las yemas de los dedos dormidos. 


Ahí es un dolor. 

Una pausa que duele. 

Por la rapidez y por la circunvolución del movimiento. 

Por la cantidad de lugares que visita. De tiempos que detiene en ellos mismos yendo de uno a otro. 

Una pausa por exceso de movimiento. 

Por escasez extrema de contemplación. De percepción.  

Por eso parece iridiscente y congelada y está detrás de los párpados y a veces tapa las amapolas y las margaritas y las sienes. 


Hablo en esa pausa revolucionada, extrarrevolucionada, suprarrevolucionada. 

Con palabras circulares. 

Y me sale de la boca cerrada un idioma esférico, incomprensible. ¡Pero claro que puede decirse y escucharse en esa pausa!


Saco fotografías en esa pausa dolorosa. 

A todo color, polaroids, y la imagen aparece detrás, negra. La vela el movimiento de la luz. 

El espacio exterior tiene luz, pero anda muy deprisa. A nuestros ojos parece la noche pero es el siempre. 


Escribo en esa pausa dolorosa. 

La caligrafía resultante es ilegible. 

¡Claro que puede leerse y escribirse en esa pausa! Pero muy rápido, muy rápido. 


Los hombres cuerdos hemos aprendido a esquivar esa pausa. Con vino, con una conversación con alguien que sí está quieto. Con enamorarnos. Con reproducirnos. 

Los hombres locos no aprendieron. Tienen siempre una de esas pausas dentro de los párpados. Mueren muy jóvenes, de agotamiento, por desgaste, como las rótulas de los esprinters. Luego conocen, ya muertos, la primera calma. 

Los hombres locos no saben esperar. 

Los hombres cuerdos escriben en la pausa dolorosa. 

Los hombres locos también escriben, pero siempre.