Fábula del limonero

Para empezar diré que no me gustan los frutales, pero me encantan el agua, los tiestos, la tierra y las semillas.
Qué misteriosas cuando las rompe el cotiledón.
Así que antes de ayer, o a lo mejor otro día, pasé por el vivero y compré un limonero.
Lo llevé al balcón, le di de beber una lluvia y le cociné una tierra,
y sin torno le hice una maceta cocida en horno de aliento.
Dejé el balcón abierto para que entraran pronto los limones a la cocina.
Pero el limonero crecía siguiendo al sol, que se parece a los limones, y que huele casi igual. Me da que el astro rey salió de un limonero.
Me alegró igual que avanzase, pero fue tan lejos que solo supe decirle adiós con la mano, aunque quedasen para siempre raíces rompiendo las baldosas.
La sorpresa fue que siguiendo al sol del este al oeste dio la vuelta a mi casa el limonero, y una tarde que yo estaba en la cocina, llamó a la puerta.
Venía a traerme semillas.
Pero qué tristeza la suya, la mía: no me quedaba agua dulce, ni tierra fértil, ni balcón, ni aliento.
Quizá porque en otoño por la tarde ya es de noche, se pierden las ramas y no es tiempo de plantar.