Slam


Del foso a la tramoya, 
mentira.
Del prólogo al epílogo.
¿Y qué hay de verdad en la palabra 
–escrita o dicha– 
del poeta?
Al escenario lo hace cierto la intensidad.
Al verso, el artificio. 

La voz ha de ser caricia.
El gesto, golpe.
Y si no, al revés también les vale. 
No lo compliques: 
la metáfora, que se entienda a la primera.

Y repite,
que aunque atentos, no te escuchan. 

La belleza es el arma de la forma.
Y es sublime si contiene una bala en plena víscera.
Directa.
Donde aquí y a esta hora más les duela.

Dale otra vuelta a esa estrofa.
No hables de amor si no dices sufrir.
Llora si quieres que retumbe la pena.
Ve desde el principio y llega al desenlace 
sin que se note que ya viene el final.
Gira la trama otros 1.000 grados.
Ninguna buena historia es predecible.

Mírales a los ojos.
Sé, presente, en cada consonante.
Vuelve exactamente ahora al momento en que todo fue cierto,
al día de la foto que guardas en un sobre.
Que la vean, 
ampliada. 

Ya los tienes.
Vibran todos y tú has hecho magia.

Aplaudid.

Volved después a casa con la euforia de haber sentido nacer arte.

Pero no os engañéis,
la página en blanco se abre chirriando al lado de vuestra cama,
cada día, 
a las seis y media de la mañana 
y no cae el telón 
hasta que el sueño barre la platea.

Decidme:
Sobre el escenario, 
¿vais a ser verdad, 
o poesía?