De
tan grandes las preguntas,
de
tan chica tu distancia,
se
te han quedado cortas las
miras.
No
sufras.
Si
con la vista no alcanzas las respuestas,
prueba
a escucharlas.
¿Has
oído alguna vez la Luna?
En
una noche quieta,
desde
la cima de una montaña sin árboles ni viento,
sobre
la estepa de un desierto de sal en plena calma,
o
a lomos de una ola del tamaño de un alud,
oirás
el chirrido de su eje.
Si
dejas al celeste que te hable
empezarás
a oír la voz de los anillos de Saturno
el
crepitar de Mercurio
el
romper contra el vacío de Júpiter,
-con
tanto espacio hueco que mover al desplazarse-.
La
explosión magnífica del Sol podría ensordecerte para siempre,
incluso
de noche.
Prueba.
Prueba.
Y si aún te ronda la zozobra,
mira
hacia abajo y deja hablar a eso que llamas silencio.
A
los pasos de la hormiga,
al
quebrarse un terrón que cede a la raíz de la gramínea,
al
desbordarse el agua en mares subterráneos,
al
crujir rompiéndose la roca al calor del iridio incandescente,
al
remolino áureo en el núcleo de la Tierra.
Y
después del estruendo, abre los ojos muy despacio
y
camina sin preguntarte dónde te llevan tus pasos,
Sabrás
que hallarás la repuesta cuando todo calle.