Quien pudiera partirte el cuerpo a fuerza de bailarte
para envolverte el alma en un paño húmedo de rocío de verbena
que se secase al sol de la mañana pronta de junio.
A mediodía correría a remojarlo
en la fuente del final de aquella cuesta
húmeda yo de subir a toda prisa y jadeando
urgente de empaparte,
por una vez por dentro,
a pleno sol.