Al tiempo

Si alguna vez creí notarte a mis espaldas, no eras tú, 
estabas inventado y sucio de recuerdos.
Si alguna vez te siento adelantarte un paso, sé que sueño. 

El día que te alcance, te mataré.
Te dolerá. 
Seré cruel, pero no seré lenta.
He aprendido a no desperdiciarte.

Me has tatuado el odio.  
Las lecciones, a punzón, 
de la piel al hueso, 
las has escrito a golpe 
de anticipo de abandono en tu llegar,
de constancia en tu estarte yendo y no marcharte,
de la falta de hueco por llenar en tu desaparecer,
de ser simultáneo conmigo, pegado como mies a cada paso en círculos. 

En lo que queda de curso, aprenderé a dolerte. 
A vengar el odio verde y viscoso que me alojas detrás del esternón.
A destruir el rastro que me atragantas en estos gritos mudos. 
A escupirte negro y espeso tu propio estar regurgitado. 
A mancharte el muro de horizonte blanco
con un golpe formidable de nudillo ensangrentado que imagino que te arrasa. 

Estoy entrenando la paciencia para alcanzarte. 
El miedo a perderte y la furia en encontrarte. 

Voy a enseñarte que tú también eres mortal. 
Témeme, 
porque yo ya te temo desde que soy, 
y es un temor creciente, 
y alcanzará el tamaño de la peor catástrofe cuando
–¡cuándo!
te abandone a la soledad de seguir vivo sin el goce de irme tú matando, 
al dolor cortante de cobalto de pasar sin ser sentido, 
al ser eterno solo,
ya nunca más parásito de mí. 

Voy a clavarte mi guadaña y retorcerla. 
Voy a ser sin ti justo al final, por un último pedazo tuyo, toda yo libre.