Volverse verde

Hace ya tiempo que se secó la lluvia del día que me vi arrugarme
Aún no el suficiente como para acostumbrarme a la falta de tersura
Hay síntomas normales, esperados, como las canas y el “de usted”
Hay señales triangulares que anuncian el abismo, como las citas con doctores en la agenda
Como la existencia misma de la agenda
Hay necesidad de alargar cada frase y compartir con el ritmo de la letra manuscrita lo lento de la espera y el estupor a la llegada, que cada vez es más inesperada.
No es de ayer que empecé a morirme despacito, como Dios manda, y me di cuenta. 
Pero sigue habiendo sorpresa en algunas de las pistas que cercioran la certeza.
Hoy me quedaron los dos ojos prendidos del final de la espalda de un muchachito, y hasta ayer, me llamaban las órbitas profundas, las muñecas curtidas, los grises en la cima, de los hombres. 

La muerte que hay en mí es tan color verde, que ni siquiera me he puesto colorada.