Los besos a los diez saben a nata, a sandía o a alcaparras.
A los veinte, saben a para siempre.
A los treinta, a menos mal.
Después... sientan bien.
La culpa grita justo antes de morir.
En la vejez apenas se la oye, de tantas cosas reverberando en la memoria.
En la cuarentena, no se calla.
Antes, está muda. La oyen solo los otros,
que ya tienen edad de ser culpables.
El triunfo huele a nuevo. Siempre.
La arruga, cuanto más suave, más aspereza acumula.
El tiempo... Ah, el tiempo.
Se le ve volar desde el primer alto en que el volvemos la vista atrás.
Y es, casi siempre, al principio.