Los labios de Malinche olvidaron su promesa cuando aprendieron a besar.
Perdida la compasión por la sangre derramada,
prefirió llevarse a solas y en secreto la gloria de una batalla inútil.
Siglos después de pagar su traición,
entregada su alma a la piedra vengativa de Quetzalcoatl
y su cuerpo a la pólvora católica,
seguirá relamiéndose el placer de haber degustado el cuerpo del asesino de su pueblo.
Les quedaba lejos,
a los súbditos de Moctezuma,
la lección de los burlones dioses africanos:
no dejéis a una mujer ir a por fuego.