Las cañas se dejan mover con el viento
y cuando no sopla el viento, se quedan quietas.
Mi abuela se levantaba cada mañana
tomaba su café con leche amargo
comía sus galletas revenidas,
a solas
un día
y otro
y otro.
Años.
Con el tiempo supe que no le gustaba ese café con leche
ni las galletas
ni madrugar para desayunar.
Pero mi abuela era creyente.
Incluso en sus sueños daba cada paso pensando que su dios la miraba
y la juzgaba
y, por supuesto,
la juzgaba bien
porque madrugaba,
tomaba su café,
comía sus galletas.
¿En qué deben creer las cañas de bambú?
Las juzgo afortunadas
porque aún sin conciencia de sí ni de nadie
hacen música al golpear la resaca del viento
ciego, sordo,
casi siempre,
breve.