Desdoblamiento para apicultores

De repente eres la ira contenida que explota en un grito al cielo en el tono justo, a una octava perfecta de tu pataleo infantil.
La vieja guerrera que te sientes ser y que ha vuelto a ver, por enésima vez, la colmena hecha trizas. Culpa tuya por haber querido enfrentarte a solas y de pie con el oso insaciable que sólo quiere la miel. Cómo te enerva verlo relamerse el hocico con la lengua aún huntada en tu tesoro.
Tres segundos más tarde te vuelve la luz a la cara y te entra el fervor hiperactivo.
Te cunde cada segundo y te ves reina de la colmena en su primer día en el trono, aún libre del útero imposible que la dejará encadenada al nido.
Cierras los ojos y recorres de memoria el prado y sus rosaledas. Incluso hueles el jazmín que crece enjaulado en los pies de la colina.
Y siete besos después despiertas siendo la obrera constructora, resignada al sueño incumplido de antemano de ver un día terminada la obra y escuchar los vítores de un zángano que, de la emoción de verte triunfante, se ha vuelto bueno de repente.